Doña Encarnación Velásquez guardó aquel vestido blanco por años, junto a sus sueños, con ilusión de estrenarlo y es así que fue sumando bordado sobre bordado. Burguesamente aburrida Su vida se fue enhebrando entre dulzura y letargo. Hoy ya pisa los setenta sin saber del "desengaño" pues nunca ha amado y por tanto nunca nadie le ha hecho daño. Como una rosa perenne ella perfuma sus años. Ya no espera a su "mancebo" sobra con imaginarlo, lo mismo que su vestido, que ha dejado de bordarlo. Su vida ya es solo un sueño y lo que cuenta es ... soñarlo.