Como un ritual de cada madrugada,
mi mente libra batallas pensando que alguien me da
terrones de azúcar que endulzan mi amargura
y abren pequeñas ventanas para respirar.
Los pájaros incandescentes comienzan a volar,
las bolas de billar, la gente, el día echa a rodar.
Deja sonar la música sólo una vez más.
Soldados de plomo y animales disecados,
santos de escayola con flores de plástico.
Creo que ya lo he explicado: no soy mejor ni peor
que cualquier vino malo del sesenta y dos.
No habrá culpables ni inocentes hoy al despertar,
seremos casi transparentes y apenas nos verán.
Deja sonar la música sólo una vez más,
deja sonar la música sólo una vez más.