nace el hombre en este mundo
remanchao por el destino
y prosigue su camino
muy confiado del rigor.
Sin pensar que la inclemencia
de la vida sin amor,
va enredando su existencia
en los tiempos del dolor.
Pero llega aqui un momento,
se da cuenta de su suerte
y se amarga hasta la muerte
sin tener ya salvación.
Pues comprende que la vida,
fue tan sólo un metejón,
al perder la fe querida
de su pobre corazón.
Me da pena confesarlo
pero es triste, que canejo,
el venirse tan abajo,
derrotao y para viejo.
No es de hombres lamentarse
pero al ver como me alejo,
sin poderlo remediar
yo lloro sin querer llorar.
Si no fuera aquel recuerdo
de mi madre tan querida,