Era el blanco de los rompecorazones
el personaje de aquellas canciones
que se escribieron para hacer llorar.
Era la última esperanza de la fila
marciana con horario de oficina
robando su chalina el temporal.
Era la flor que se olvidó la primavera
un corazón ahogado en la pecera
una sala de espera de cristal.
Era el último eslabón de la rutina
la hija singular de la vecina
de sábado a la noche por I-Sat.
Y sólo le importaba conocer París, la Torre Eiffel
mirar la luna llena, brillando sobre el Sena
y nunca, nunca, nunca más volver.
Y sólo le importaba conocer París, Champs Elysees
perderse para siempre, cruzando aquellos puentes
y nunca, nunca, nunca más volver.
Era el segundero de un reloj parado
la condenada libre de pecado
la sombra que atraviesa la ciudad.
Era la víctima de la baldosa floja
la margarita que nadie deshoja
la preferida de la soledad.
Y sólo le importaba conocer París, la Torre Eiffel
mirar la luna llena, brillando sobre el Sena
y nunca, nunca, nunca más volver.
Y sólo le importaba conocer París, Champs Elysees
perderse para siempre, cruzando aquellos puentes
y nunca, nunca, nunca más volver.
Y sólo le importaba conocer París, Champs Elysees
mientras se disfrazaba de Catherine Deneuve
en Belle de Jour y nunca más volver
y nunca, nunca, nunca más volver.