Jugábamos a Dios
con tiza, pizarrón y escuela,
cuando era ganador
el barco de más alta vela.
Jugábamos a Dios,
sin reparar en ser felices.
Saltábamos al sol,
sin tiempo para cicatrices.
Sin horas
ni lujos,
pelotas,
bromas y dibujos.
Gigantes,
divinos,
al aire
y además con trino.
Ahora que se fue
el tiempo bienaventurado,
te invito a conocer
de nuevo un corazón alado.
Modesto, gastado,
que al verte ha recordado ser
un dios enamorado.