Lo amaban, ni más ni menos, y se sacaba cada mañana las espinas del sueño. Juraba y maldecía y se enredaba en la alambrada de la mansa rutina. Vivía como tú o como yo. Los viernes por la noche iba a buscar a su amor. Fumaba tranquilo, planeaba la semana y ella le arrancaba el cigarro y lo besaba. Y un día lo mordió el virus el miedo. Entendió que las mujeres nunca tienen dueño. Y temió que ella marchase, que se agotase el manantial sin un por qué. Venció el miedo y faltó a la última cita, no descolgó el teléfono que aullaba en la mesilla. Y el temor a la derrota lo agarrotó como un calambre, sin un por qué. Duro, intenso y precario... Aún sigue dormido. Pasaron los inviernos y aún sigue escondido,