Camisero de hilo beige,
arregladita y discreta,
corazón de oro de ley,
tricornios en la cuneta.
Trasegando en la cocina
debajo del fregadero,
capeando el aguacero
con su corona de espinas.
Con el puchero en la lumbre
no sabe que preguntar
por la falta de costumbre,
de costumbre de abrazar.
Baldosa hidráulica rosa,
cañerías que gotean,
abuelita revoltosa,
limpia, ni guapa ni fea.
Quién sabe si fue feliz.
Si tuvo amor, sombras,celos,
no se cambió la nariz
ni la permanén del pelo.
Perenne bañador rojo,
pamela amarillo tierra
y una niñez con piojos,
escarlatina y posguerra.
Rastrojos de aquel señor
tan familiar, tan ajeno,
que vivía en el salón,
y no era malo ni bueno.
"Ahora Manoli vuela,
¡Qué pedazo de epitafio!
Allí, ni cursi ni zafio,
dicen que lo dijo Adela.