"En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?"
Todos se rieron, yo no sabía por qué.
"Algo más, oí, nos queda un poco más".
No me convenció y fui hasta el reloj de la pared.
Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo.
Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,
"¿para qué?" me dijo, "¿para qué?".
Por primera vez sentía el miedo de verdad
y aún entonces ya sabía que no me abandonaría.
Y soñé con una multitud siguiéndome
que me gritaba "El tiempo no se puede detener".
Un buen día un carro se detuvo junto a mí,
conducían camaleones de los que ponían canciones
y con ellas decidí que iba a ser capaz
de disponer de toda la eternidad.
Y crecí tratando en vano de desentrañar
todo lo que el miedo esconde
y yo me hundía en el "Blonde On Blonde"
haciendo que los días me duraran mucho más,
mucho más, lo juro, mucho más.
Y aunque el miedo se volviera a manifestar
para entonces ya sabía que no me abandonaría,
y entre libros y canciones un día pensé
que tal vez el tiempo se podría detener.
Vamos bien, dije vamos bien, pero podemos ir aun mejor.
Vamos bien, dije vamos bien, pero podemos ir aun mejor
y entonces descubrí que el miedo esconde
muchos días y aún más noches
que alguien más sensato que yo querría evitar.
Ahora escribo mis canciones y me refugio en,
unas veces, cosas puras y, otras, las drogas más duras.
Sé que no es perfecto pero hoy sí puedo afirmar
que queda más, que queda mucho, mucho más.
Tan presente como el miedo se hizo la verdad
y ahora que los tengo enfrente sé que seguirán ahí siempre.
Y aunque sigan multitudes persiguiéndome,
ahora sé que el tiempo se puede detener,
ahora sé que el tiempo se puede detener,
ahora sé que el tiempo se puede detener.