Nací en un pueblo
con alma de piedra.
Me crié en su trastienda,
en una tierra curtía por los abrazos del Sol.
De familia muy humilde
crecí subiéndome a los árboles,
jugando a mancharme en un gran parque sin
puerta
y escuchando a mi madre cantarle de noche
al aire coplillas y saetas.
Ya con siete años y con pecas en la cara
me llevaron por las malas a la escuela,
pa que aprendiera a leer y a escribir y a recibir
golpes y castigos por desobedecer
normas y reglas que yo,
criao en la trastienda, no digería muy bien.
Y me eché los primeros amigos.
Y me eché las primeras peleas.
Como muchos empecé F.P.
Como muchos me metí en la cantera.
Y en el verano de mis veinte,
se llevó una vida alegre;
dejó chatarra y secuelas.
Y me hice adicto a las calles.
Compadre de las aceras.
De la música; amante.
Trovador en las plazuelas.
La cultura la pillaba en la radio y las tabernas,
y buscaba abrir las alas en cielos de guapas hembras.
Sin miedo besé a la droga;
refugio con goteras,
y bailé con el desmadre,
con la locura y la pena, con la locura y la pena.
Y eso no es tó
Con parche en el ojo y con ganas de vivir,
me importaba más bien poco el que dirán
y el puto runrún que lograba advertir allí por donde trotaba.
Yo ignorándoles ganaba y me ponía a soñar,
y entre mis sueños uno por el que iba a luchar,
a muerte, para hacerlo realidad.
Y pasao un cuarto de siglo,
monté una banda de rock
con amigos de otros pueblos.
Y me hice adicto a otras calles.
Compadre de otras aceras.
De la noche; muy amante.
Trovador de las estrellas.
La cultura aún la pillo de la radio y las tabernas
y, en la era donde trillo,
ando echando mis cuentas.
Y andar por este mundo
me ha costao un ojo de la cara.
Perder en el camino algún amigo,
encontrarme otra putada.
Pagar los platos rotos cuando el viento
tronchaba alguna rama,
y perder, por idiota,
a mujeres inteligentes y guapas.
Yo que me quedo en la mitad al bajar del escenario.
Yo que hasta sentao me caigo.
Yo que me quedo en la mitad al bajar del escenario.
Yo que ni callao me callo.