Brillaba la tarde de un día cualquiera,
el sol se fundía en la carretera,
llevaba tres días de emprendido el viaje,
aquel escudero del que supo nadie.
Iba acompañando su silencio
la profundidad de un pensamiento,
arrastrar su sombra, olvidar su cuerpo,
conocer su alma, razgar sus adentros,
arrastrar su sombra, olvidar su cuerpo,
conocer su alma, razgar sus adentros,
Se hizo a la selva en un par de semanas
y supo ser libre sin gritar en casa,
la piel le colgaba en sus templados huesos,
sudando nostalgias de su viejo puerto.
Se veía apenas la montaña
donde se transformaría en hombre,
sabia soledad, ardua compañera,
libro en almas blancas, fuego en almas negras,
sabia soledad, ardua compañera,
libro en almas blancas, fuego en almas negras,
Nace otra generación,
rovers de fe y corazón,
almas buscando vivir,
siempre listos a servir.
Sobre el horizonte ya moría el día,
y aquél escudero tropezando iba,
llevaba en la espalda un buen trozo de mundo,
desvelos, orando, sin dejar su rumbo.
Dibujó en la horqueta una cruz
con la sangre de sus pies cansados,
ya no era el mismo, ya su ser cambiaba,
se hizo humilde y sabio, se hizo voz del alba,
ya no era el mismo, ya su ser cambiaba,
se hizo humilde y sabio, se hizo voz del alba,
Llegó, por fin, al pie de la montaña,
subió con la fuerza de sus entrañas,
estando en la cumbre desapareció,
y nada se supo hasta que amaneció.
Sólo pudo verse un clan de rovers,
que descendía con un nuevo hombre,
unas charreteras, portaba en los hombros,
unas cintas rojas, una horqueta al viento
laralai laraali laralai
almas buscando vivir,
siempre listos a servir.